Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared fue como una pesadilla, no había conversación en la que no apareciese o cena en la que no estuviese presente. La situación era insostenible, los días pasaban y el ánimo de todos iba cayendo. Una mañana decidí afrontar el problema y lo comenté con mi marido: “Por favor Santiago, ya está bien, o lo haces hoy o me encargo yo misma”. No le vi muy convencido, pero al llegar esa tarde del trabajo la foto de la comunión de mi madre estaba colgada en el recibidor. En su próxima visita todo sería normal.
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