domingo, 4 de julio de 2010

Sweet Espadán

Las ciudades están formadas por personas, las que viven en ellas o las que están de paso, que le dan una personalidad que se ha ido forjando durante años, en la que han influido los momentos duros vividos de forma colectiva y también las grandes celebraciones.

Las empresas son como pequeñas ciudades, tienen vida propia, las personas entran y salen, se compra y se vende, se cobra, se pagan impuestos, se habla, se piensa, se vive, te relacionas, discutes, amas, odias… y tienen sus gobernantes.

Las empresas se identifican más bien con un producto, un logo, un edificio o sus fábricas. Pero tienen sus personas, sus habitantes, los que hacen que funcione con su trabajo, sus ideas, su tiempo. Estas personas sienten, piensan y se relacionan todos los días. Van creando, casi sin saberlo, una personalidad que lo impregna todo…

…Santiago estaba hastiado de la gran ciudad. Aprovechando su posición como secretario de juzgado, había pedido el traslado a un pequeño pueblo del interior, donde sabia que se jubilaba el secretario del juez de paz. Ese retiro, no muy alejado de su querida ciudad, le permitiría pensar, descansar y escribir, que era su gran placer.

Cuando llegó al pueblo no tuvo un recibimiento especial, tampoco él lo esperaba. Pero con el tiempo se fue acercando a sus habitantes y estos dejaron de observarlo para empezar a escucharle. Descubrió al panadero, al matrimonio de la tienda, la familia que regentaba uno de los dos bares de pueblo, al cura (todo un personaje jugando al dominó), al médico que subía todas las mañanas y abría el consultorio. A los vecinos que se sentaban en los bancos de la carretera a tomar el sol en los primeros días de primavera. Su estancia se rodeo de una felicidad que le proporcionaba el mismo pueblo, una energía que nacía solo con el primer “buenos días” que recibía cuando alguien entraba en el juzgado. Nunca imagino sentirse tan cómodo en aquel lugar desconocido y distante tan solo unos meses antes.

Santiago dejo el pueblo solo unos meses después de su llegada, la administración decidió centralizar los servicios de los juzgados en una gran ciudad de la justicia en la capital. Santiago olvidó rápidamente a su alcalde, no hizo nada por mantener el juzgado del pueblo. Pero nunca dejó de pensar en sus gentes, la personalidad de aquel pueblo la formaban sus habitantes. Cuando pensaba en ellos siempre sonreía diciendo: “Dulce Espadán”


Otros relatos: ¿Para quién trabajas?

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