Sería deseable que las empresas desarrollasen al máximo su inteligencia emocional, pero sabemos que las empresas no disponen de este campo por sí mismas, sino las personas que la componen y sobre todo sus directivos. Por tanto, será más inteligente emocionalmente aquella empresa que cuente con un grupo humano con sus capacidades emocionales más desarrolladas. Hasta aquí todo parece lógico.
Desgraciadamente no suele ser así de forma habitual, lo normal es que las empresas se rijan por decisiones tomadas sobre la base de números, datos fríos, resultados, estudios de mercados, etc. La mayoría de los directivos, con coeficientes intelectuales altos, sienten emociones en su vida privada… aman, lloran, ríen, disfrutan, sienten miedo o son felices. Pero cuando se adentran en el mundo profesional pierden parte de su inteligencia emocional y lo cuecen todo sobre el fuego de la lógica, de la razón. Parece ser que así se es más “profesional”, pensamiento extendido, frente al menos “duro” que pretende considerar los sentimientos de las demás, aunque esto solo sea empatía.
…Santiago, como director de recursos humanos, no compartía la forma como resolvía su compañero las diferencias con los miembros de su equipo. Cuando se trató el tema en la reunión no hubo posibilidad de razonar, el director general zanjo las diferencias con la frase: “Aquí o se está con nosotros o fuera.”
Peter Salovey desarrolla un marco para la Inteligencia Emocional y la organiza en cinco competencias:
- Conocimiento de las propias emociones. El conocimiento de uno mismo.
- La capacidad de controlar las emociones, para permitirnos adecuarlos al momento.
- La capacidad de motivarse uno mismo.
- El reconocimiento de las emociones ajenas. La empatía.
- El control de las relaciones. La habilidad para relacionarnos adecuadamente con las emociones de los demás.
Es posible que muchos directivos carezcan de algunas de estas competencias, sino incluso de todas ellas ¿Conoces alguno?
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