miércoles, 10 de junio de 2009

Riesgo

Llovía afuera y yo sin paraguas. Llegar a la parada de autobús más próxima era una locura. Pregunté al porteo del local si era posible llamar a un taxi, sin quitarse el cigarrillo de la boca, movió la cabeza indicándome que no. El tiempo pasaba y la desesperación aumentaba, me sentía impotente. De repente salió un cliente del local y le pregunté si podía acercarme al centro, me miro de forma extraña y sin mediar palabra me hizo una indicación para que le siguiese. Nunca olvidaré aquella noche. Desde entonces solo salgo de fiesta los días de lluvia y nunca llevo paraguas.

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