Hace muchos años, cuando España vivía el final de una dictadura, un grupo de muchachos en el patio de un colegio imaginaba cómo sería el año 2000. Calculaban los años que tendría cada uno de ellos y se imaginaban como sería la sociedad en aquel lejano y atractivo futuro. Pero a pesar de los cálculos, todos pensaban que ese futuro estaba muy, muy lejos.
Pasaron los años, los entonces niños fueron creciendo y cada uno de ellos se construyo su vida, poco a poco se fue acercando el año 2000, el cambio de siglo y todas las expectativas pasadas se convertían en realidad. Cuando se reunían ya no se calculaban los años, porque ya se tenían.
Pero un poco más lejos del año 2000 estaba el 2010, nunca pensaron en él y cuando llego todos se vieron sorprendidos. El mundo había cambiado, todo era diferente. Nada de lo vivido les servía y debían aprender de nuevo. Les llamaron para incorporarse a su antiguo colegio y ocuparon los pupitres de sus clases. Un profesor, muy joven, les contó que tenían por delante todo un año para aprender. Uno de los alumnos se levantó y dijo: Señor, yo ya tengo esposa e hijos, debo cuidar de mis ancianos padres y tengo un trabajo que no debo descuidar.
El profesor le contestó: No debes preocuparte por nada, la nueva sociedad cuidara de los tuyos. Nadie protestó.
De repente sentí un dolor agudo en el costado, entre la tercera y la cuarta costilla, era el codo de mi compañero de pupitre. Levanté la cabeza, estaba en una gran aula repleta de gente. Alguien decía mi nombre en voz alta. Mi compañero, el del codazo, me hacía gestos con la cabeza: ¡Eres tú!
No salía de mi asombro, me habían admitido, por fin tenía trabajo.
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